Personas de buena voluntad
Recientemente el Papa Francisco en su mensaje navideño exhortó a los ateos a que trabajen junto a los creyentes por la paz. Esta invitación que el pontífice extiende a las personas no creyentes, en realidad no es algo nuevo en la Iglesia. Por lo general, los escritos de los papas, tales como exhortaciones apostólicas, encíclicas, e inclusive otros documentos pontificios han sido dirigidos a todos los fieles y a los hombres y mujeres de buena voluntad. Pienso que ésta pudo haber sido una de las pocas instancias donde el papa se dirigió explícitamente a los ateos directamente.
Quisiera señalar dos cosas que encontré interesantes en estas palabras del Papa Francisco. Primero, que todos los seres humanos estamos llamados a lograr la paz en nuestro mundo. Este ideal nos debe unir más allá de nuestro credo o religión. Segundo, no deberíamos entender la paz simplemente como la ausencia de la guerra. Pienso que el llamado que lanza el papa hace eco de la tradición más profunda de la doctrina social católica, la cual busca un mundo donde reine la justicia. Solo así encontremos una verdadera paz, aún dentro de los inevitables conflictos que caracterizan al ser humano. Sin embargo, lo que encuentro más interesante es que Benedicto y Francisco estén conscientemente dirigiéndose a los no creyentes. Para mí, ésta es una realidad de la cual los católicos no podemos desasociarnos. Las estadísticas son muy claras. El número de los creyentes que se retiran de la Iglesia va en aumento. Pienso que debemos seguir el ejemplo del papa en buscar la cooperación y colaboración de todas las personas para la creación de ese mundo que el Evangelio nos impulsa a forjar.
Conversando con un amigo muy cercano que es ateo, me he dado cuenta de la presencia y transcendencia de este grupo de personas a las cuales estamos llamados a amar y servir. Pienso que como católicos siempre debemos rezar por la conversión de todo el género humano, incluyéndonos a nosotros mismos, los creyentes. Pero las personas que no comparten nuestra fe, o que se autodenominan ateos, agnósticos, o desafiliados, más allá de procurar su conversión, nos interpelan a la conversación. Mi amigo y yo hemos entablado muchas conversaciones sobre la relación que existe entre los creyentes y los no creyentes, de la percepción que existe entre muchos de que los ateos no son personas buenas. Esto me da mucha tristeza ya que Jesús es muy claro cuando nos pide que no juzguemos.
Pienso que todavía hay mucho campo que recorrer en nuestra relación con los no creyentes. Uno de los temas que se nos pedía que reflexionáramos en este reciente Año de la Fe, era preguntarnos cómo hemos fallado los creyentes en la transmisión de la fe. Mi amigo es, como la mayoría de los casos, una persona que creció en una familia creyente, estudió en escuelas católicas y religiosas y que en cierta etapa de su vida practicó la fe y se involucró en la Iglesia. En las muchas y gratas pláticas que he tenido con él, recuerdo una idea que, aún años después, estoy tratando de analizar. Según su parecer, los creyentes nos hemos apropiado y hemos monopolizado las maneras, imágenes y conceptos para entender la vida. Lo que quiso decir, a mi entender, es que ideas como la ética, la razón, y la moral, por ejemplo, no son del dominio exclusivo de los creyentes. Se puede ser ateo o agnóstico y ser una persona recta. Sin embargo, la profunda observación de mi amigo va más allá de estos conceptos. En mi parecer, como creyentes, personas de fe, éticas y morales que somos, debemos darnos cuenta de que todos compartimos la dignidad humana y esto es lo que nos impulsa a colaborar en la consecución de la paz.
Como consejo práctico quisiera proponer que a nuestros alumnos, ya sean niños en clases de educación religiosa, o adultos en grupos de formación o del RICA, colaboremos para encontrar nuevas maneras de relacionarnos con las personas de buena voluntad. Deberíamos encontrar otros nombres para dirigirnos a estos hermanos nuestros pues la mayoría de los términos que usamos conllevan connotaciones negativas: “ateos”, “agnósticos” o “desafiliados”. Expresan una negación, ya sea el no creer, o el no pertenecer a cierto grupo. Si conocieran a mi amigo, les aseguro que verían lo que mi familia y otras amistades ven en él, un ser humano cuya dignidad y compromiso ético y moral vienen de una búsqueda profunda, desinteresada e innata del bien.
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Francisco Castillo, DMin, catequista desde la edad de los doce años, trabaja como editor en jefe y especialista multicultural para RCL Benziger Publishing. También se desempeña como profesor adjunto de estudios religiosos en el Broward College en Pembroke Pines, Florida.
Trabajó durante 13 años como educador católico de la Arquidiócesis de Miami en enseñanza secundaria y sirviendo como jefe del Departamento de Teología y Director de Pastoral Colegial. Es miembro de la Academia de Teólogos Católicos Hispanos de los Estados Unidos (ACHTUS por sus siglas en inglés), miembro del Instituto Nacional Hispano de Liturgia y del Festival Internacional de Cine Juan Pablo II. Sus intereses profesionales incluyen la Doctrina Social de la Iglesia, teología litúrgica, la teología y liturgia estética, teología de la liberación, la teología hispana/latina de los Estados Unidos, los estudios religiosos, religión comparativa, la religión y el cine, y la identidad cultural.
Algunas de sus publicaciones se pueden encontrar en Momentum, Ministry and Liturgy, y Amen. También es escritor y poeta, su libro de poesía titulado, Mis Primeros Poemas, fue publicado en 2013 por el Círculo de Escritores y Poetas Iberoamericanos (CEPI). Vive en el sur de la Florida con su esposa e hijo.